EL PASO DEL AÑO EN UNA OBRA LITERARIA
Carlos de Hita
Todo un mundo resuena en la obra de Miguel Delibes. Un mundo que
conoce bien después de toda una vida tras las perdices por los páramos de la
Meseta, de soportar a pie firme tormentas y aguaceros en jornadas de pesca, de
amanecer aterido en ríos y lagunas o de observar pacientemente la monotonía de
la vida en los pueblos de Castilla. El solsticio de invierno es tiempo de
calendarios. Doce episodios leídos en los libros de Delibes, repartidos en dos
semanas, son la base de esta reconstrucción sonora.
Enero, Mi vida al aire libre, La Herencia
Evoco el silencio del monte, un silencio seco, transparente, al que las
fumaradas del aliento espesaban. De tiempo en tiempo el graznido destemplado de
una corneja. Las mañanas en que la bruma levantaba nos sorprendía de pronto el
"coreché" de una perdiz.
Febrero, Diario de un cazador
Al quedarnos callados se oía la vida en cinco kilómetros a la
redonda. De repente me pareció que alguien zurcía el aire con un junco, miré
hacia arriba y vi un bando bueno, de lo menos trece.
Venían formados como para un desfile, pero entraron tan largos que no hice ni
intención (...). Cruzaron otros diez patos y como si nada.
Marzo, La naturaleza amenazada, Prólogo a un libro de caza sobre
patos que no llegó a escribirse
Marzo está a la vista, pero aún no se ha quebrado el letargo
invernal, y bajo las estrellas friolentas, reflejadas en el agua, apenas se
escucha el tímido squic de la focha o el graznido ronco del porrón común. Los
ojos, habituados a la oscuridad, columbran la línea divisoria del agua y la
tierra, las masas negras, horizontales, de los carrizos quebrando la bruñida
superficie de la laguna
Abril, Tres pájaros de cuenta, El cuco
...y, con toda seguridad, a primeros de abril le oigo reclamar
desde la pinada de Ciella, sobre mi casa, con su "cu-cú" disciplinado
y doméstico. Aunque los especialistas aseguran que este pájaro, en ocasiones,
hace trisílabo su reclamo -"cu-cu-cú"- y hasta tetrasílabo
-"cu-cu-cu-cú"-, yo, la verdad sea dicha, únicamente le he oído bisar
el número. Eso sí, un "cu-cuú" penetrante, con una resonancia
especial, que se difunde por todas partes como si las montañas que circundan el
valle se pelotearan con él.
Mayo, El hereje
La luz ensanchaba y el perdigón llenaba el campo con su cántico
ardiente y persuasivo. De la parte del monte sonó una respuesta remota.
-¿Oye? El campo ya contesta (...).
Hasta ellos llegaba el graznido de las urracas, los pío-pío de las cogujadas,
el áspero carraspeo de los cuervos. Hacía calor dentro del tollo. El perdigón
daba vueltas sobre sí mismo y, de cuando en cuando, emitía un co-re-ché
fláccido, sin el empuje inicial. Él mismo se sorprendió cuando le respondió el
campo. Se entabló un diálogo de poco aliento entre los dos pájaros sin dejar
apenas pausa entre sus cantos.
Junio, Mis amigas las truchas, Un nublado wagneriano
En las alturas hace rato que se está cociendo un nublado. Lo
aguardo con impaciencia a ver si el aguacero modifica la actitud del río, pero
las nubes desfilan a mi derecha, entre el retumbo solemne de los truenos
lejanos, sin descargar una gota. Hora y media más tarde, torna la tormenta.
Ahora sí. El nubazo viene por derecho, entre dos crestas góticas, y yo me
apresuro a calzarme el chubasquero. Los relámpagos son vivísimos y los truenos,
casi sin transición -la nube está encima- explosiones dislocadas, como
tableteos de ametralladora a todo volumen.
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