sábado, 20 de junio de 2009

Vicente Ferrer, alquimista de sueños


Vicente Ferrer, alquimista de sueños

Habían pasado tres horas desde que salimos de Nellore, a bordo de la avioneta Cesna 350. El reloj marcaba las doce y cinco del mediodía y a pesar de la altura, se notaba calor, 28º según el termómetro del panel, en tierra debía de hacer un calor asfixiante; nada extraño pues llevábamos un buen rato sobrevolando el estado de Andra Pravesh, en el centro de la India, la segunda zona más árida después del desierto de Rajasthán. Nos dirigíamos a Anantapur, donde esperábamos aterrizar en una media hora; el verano de 2006 no estaba siendo excepcional, pero aún así, la temperatura en esta zona llegaba a superar los 45º A pesar de la rudeza del terreno y del clima, en el distrito de Anantapur viven más de 2 millones de personas, la mayoría dependientes de la agricultura.

Al poco tiempo, el piloto me señaló hacia la tierra; el panorama desértico había cambiado y hasta donde llegaba mi vista aparecían uno tras otro innumerables pueblos y poblados, unidos por campos cultivados bordeados de acequias y de trecho en trecho, pequeños embalses de color azul.

Mi nombre es Javier, soy periodista freelance, especialista en tecnología y medio ambiente, reminiscencias de mis años de técnico electrónico. Había llegado a la India dos días antes, con la intención de hacer un reportaje sobre la transformación producida en esta zona y si tenía suerte, hacerle una entrevista al hombre del milagro permanente: Vicente Ferrer. Al menos hablaría con Moncho, su hijo, con quién había mantenido todos los contactos, con los cooperantes de la Fundación y seguramente con Ana, la esposa de Vicenter Ferrer, la periodista de LIFE que en los años 60 vino a entrevistarle y ya no pudo marcharse.

Pensaba en como enfocar el artículo porque de Vicente Ferrer se ha dicho casi todo. De las notas que traía me impresionaba su fortaleza para entregarse totalmente y sin vacilación a una causa titánica como es la erradicación de la pobreza, así como su vida en un constante reto: a los 16 años combatiente forzoso en la guerra civil, su paso por el campo de concentración, y al salir la decisión de integrarse en la Compañía de Jesús, buscando el espíritu luchador y misionero de los jesuitas. Al llegar a la India en el año 1952, encontró la acción que buscaba y pronto inició una campaña de rescate de los parias, ayudándoles a emanciparse con su trabajo, haciendo pozos y cultivando sus propios campos. Como esto le valió la persecución de los ricos de la zona que preferían seguir explotando a los más pobres y mantener la marginación ancestral de los intocables.

Amenazado físicamente, la propia Compañía de Jesús intentó que desistiera de sus métodos demasiado “autónomos”, pero él eligió a los pobres antes que la obediencia de la orden y abandonó los jesuitas. Los desheredados defendieron su causa con tal fervor que la mismísima Indira Gandhi le protegió con una misiva en que le decía: “Padre Ferrer, tómese unas cortas vacaciones y luego vuelva a la India”. Por supuesto volvió y desde entonces su acción ha sido imparable.

Aterrizamos en la pequeña pista asfaltada y mi sorpresa fue mayúscula; al bajar de la avioneta, allí estaba él, vestido de blanco, guardándose del intenso sol con un paraguas: la misma figura enjuta, la corta barba blanca, el mismo semblante desde hace décadas y que su vitalidad no deja envejecer.

Al estrecharle la mano le dije: “Sr. Ferrer, por qué se ha molestado en venir a esperarme”. “Llámame Vicente, - me dijo- no suelo oír mucho mi nombre, ya casi no viajo y aquí me siguen llamando padre a pesar de que hace 40 años que no soy jesuita”.

Con Vicente, entendí la devoción que por él sienten los hindúes, el arremolinamiento que provocaba, siempre amable, escuchando y compartiendo las alegrías y las tristezas. Observé el fenómeno de los pozos solidarios; cada campesino mientras cava su pozo recibe ayuda y alimentos de los demás, luego es él quién ayuda, y he visto mucho más: las escuelas, los hospitales, el banco de los pobres, las casas, los almacenes de semillas y sobre todo la alegría que infunde a los hasta ahora desheredados.

Para conocerle no necesité una entrevista, aprendí de verle y escucharle y comprendí porqué había decidido predicar con el ejemplo y no con la palabra y como descubrió que Dios tiene muchos nombres.

Yo iba para una semana y me quedé dos meses, ayudando en un sistema de riego automático. Ahora en el avión de Nueva Delhi a Madrid sigo reviviendo la despedida al pié de la avioneta: “Javier, ve y publica tu artículo, les harás un gran favor difundiendo sus logros y sus necesidades”, me dijo señalando hacia los campos.

“Desde luego Vicente, y el próximo verano volveré.”, le contesté.

“Claro, - se rió abiertamente -, lo sé, ya tienes el bichito de la India dentro y no te dejará en paz hasta que regreses”.

Vicente Ferrer es tan enorme como la India y sencillo como su gente, inseparables lo uno y lo otro porque cuanto mas grande es una persona mas humilde es.

(Vicente Ferrer, por siempre en el corazón, junio 2009))

Jose- Madrid (miembro de Frente al Espejo)

3 comentarios:

María Argumánez Avendaño dijo...

Está muy bien, Jose. Cosas como estas merecen bien la pena ser leidas y publicadas. Mi enhorabuena.

Vicky Cateura dijo...

Un merecido ADIOS a un gran hombre.

Hasta siempre Vicente Ferrer

Diamante de sangre dijo...

Hola Jose Madrid, me has llegado al alma, que bonita historia, había oído de Vivente Ferrer, pero de tu pluma queda perfectamente definido, será perfecto que lo lean muchos para poder hacerse una idea real de Ferrer.
Enhorabuena por tu vivencia y gracias por compartirla con todos nosotros.
Un beso