domingo, 14 de febrero de 2010

noticias ciencia y naturaleza, Cinco formas de evitar que un asteroide destruya la Tierra

Una «piedra» de dos kilómetros de diámetro acabaría con la vida en Tierra. Las propuestas de los científicos para evitar la catástrofe superan la imaginación de los guionistas de Hollywood
Los científicos no temen que un asteroide pueda chocar con la Tierra. Saben que lo hará. Sus cálculos revelan que todos los decenios se precipita contra la atmósfera terrestre un cuerpo de unos 10 metros de diámetro, y aunque éstos no son los más agresivos, pueden causar estragos. «Los de menos de 60 metros se desintegran antes de llegar al suelo, pero la energía que liberan produce daños locales», explica José Luis Ortiz, del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA) del CSIC.
En 1908, cayó sobre Tunguska (Siberia), un objeto de 30 a 50 metros que arrasó 2.150 km² de bosque. Un asteroide de 200 metros destruiría una ciudad, y la cosa se pondría realmente fea con un proyectil de un kilómetro, que «depositaría una energía equivalente a 100 millones de kilotones de TNT.

No sólo causaría una catástrofe en el lugar del impacto y regiones limítrofes, sino que la cantidad de polvo emitido podría cambiar la reflectividad atmosférica con consecuencias climáticas a escala planetaria», afirma Josep Maria Trigo, científico del Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC) y coordinador de la Red Española de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos.
Consecuencias
La gravedad depende del lugar de la colisión. «Cuando se producen en el océano, el efecto del tsunami es extraordinariamente mortífero», señala Ortiz. Y también hay cometas, que, según este especialista, resultan más dañinos «puesto que viajan más rápidamente, aunque sus colisiones son más improbables». Si un asteroide de 2 km nos golpeara a su velocidad típica –nada menos que 70.000 km/h–, acabaría con parte de la población humana. Cada millón de años, nos atacan uno o dos de esos objetos asesinos compuestos de roca, metal y materia orgánica primitiva.

Los expertos no se conforman con elaborar estas estadísticas, quieren saber qué asteroides son peligrosos y cómo evitarlos. Para eso han ingeniado métodos que rompen los esquemas de cualquier película de acción. Mientras que el pedrusco letal de «Armageddon» era neutralizado por los bombazos nucleares de Bruce Willis, en el mundo real hay más probabilidades de que nuestro salvador sea Don Quijote. Así ha bautizado la Agencia Espacial Europea (ESA) la misión propuesta por la compañía española Deimos Space S.L. para desviar de un empujón la trayectoria de un objeto de hasta 500 metros de diámetro.

En la misión, cuya fecha de lanzamiento está pendiente, participan dos naves no tripuladas: Hidalgo, el kamikaze, y Sancho, el observador, que orbitará el asteroide durante meses hasta conseguir un informe sobre su tamaño, forma, masa, trayectoria y estructura interna. Una vez registrados los datos, Sancho los enviará a Hidalgo, que se lanzará contra el objeto a una velocidad de 10 kilómetros por segundo. Durante el impacto, el prudente escudero se retirará, y después volverá a acercarse para evaluar los cambios en el asteroide.

Don Quijote no está solo contra los gigantes del espacio; los científicos han diseñado un amplio ramo de proyectos para rastrearlos y eludir sus golpes. En 1992, el Congreso de los Estados Unidos pidió a la NASA que identificara los grandes asteroides que se aproximan a nuestro planeta. De aquella iniciativa surgió el proyecto Spaceguard, al que pronto se sumaron científicos de otros países que crearon organizaciones similares en todo el mundo.
Hoy, en Europa, la Fundación Spaceguard funciona como una red de observatorios desde los que numerosos astrónomos estudian con sus telescopios los objetos cercanos a la tierra, conocidos como NEOs (por las siglas de Near Earth Objects, en inglés). Hasta la fecha se han identificado 1.086 asteroides de los considerados potencialmente peligrosos: aquellos mayores de 150 m que pueden acercarse a menos de 7.500.000 km. Esto no significa que vayan a precipitarse sobre nosotros, sino que es preciso monitorizarlos para poder hacer predicciones sobre su comportamiento.

José Luis Ortiz, que en 2006 formó parte del equipo que localizó el primer asteroide de este tipo descubierto en España, insiste en que la principal defensa es el pronóstico: «Sólo si conseguimos detectar que un asteroide va a golpearnos con un mínimo de 40 a 100 años de antelación podemos producir un cambio minúsculo en su velocidad, de 1 cm/s, que, acumulado a lo largo de un centenar de años, lo desviaría una distancia correspondiente al diámetro de la Tierra, unos 12.000 km».

Y tras el rastreo, llega el quid de la cuestión: cómo esquivarlos. Un problema para el que «hasta la fecha no existe consenso –apunta Agustín Sánchez-Lavega, director del Grupo de Ciencias Planetarias de la Universidad del País Vasco–. Hay dos líneas de actuación: la destrucción del objeto o la desviación de su trayectoria».
Machacar al enemigo con explosiones nucleares puede tener efectos funestos si los pedazos resultantes llegan a la Tierra, por eso se apuesta por investigaciones dirigidas a desviarlos.
En los últimos años ha ganado adeptos la idea de «pintar» asteroides, basada en el efecto Yarkovsky, por el que un objeto puede modificar su movimiento debido a la presión de los fotones –partículas luminosas–. Según expertos de la universidad de Arizona, basta con cubrir una parte del asteroide con sustancias especiales para que absorba más radiación solar en ciertas zonas y eso le haga cambiar su órbita.

Por su parte, el geofísico estadounidense H. Jay Melosh, de la Universidad de Arizona, ha propuesto envolver el cuerpo celeste con una lámina metálica que, gracias a la presión electromagnética solar, lo arrastraría como la vela de un barco. No obstante, hay dudas sobre la efectividad del efecto Yarkovsky para salvar el planeta, ya que la desviación que produce es tan pequeña como la incertidumbre con la que se conoce la trayectoria de muchos asteroides.
El poder del Sol ha inspirado más ingenios. Hay científicos, como el propio Melosh, que confían en la eficacia de un espejo parabólico que concentre la luz en un punto del asteroide hasta evaporar sus materiales y crear un empuje en la dirección contraria a la salida de los gases. Una variante de este sistema, propuesta por especialistas de la Universidad de Glasgow (Escocia), es un enjambre de naves espaciales dotadas de superficies reflectantes.
En seis meses, diez naves provistas de un espejo de 20 metros desviarían un objeto de 150 metros. Más osado es el plan de mover un asteroide de 20 kilómetros, como el que hace 65 millones de años hizo desaparecer a los dinosaurios: exigiría al menos tres años de trabajo de una flota de 5.000 naves.

Catapulta
La propuesta de la catapulta electromagnética suena aún más extravagante, pero es tan seria como las demás. Se trata de una gran rampa kilométrica que pondría objetos en órbita desde la Tierra impulsados por campos magnéticos. La catapulta lanzaría un proyectil que perforaría el asteroide, aligeraría su masa y lo sometería a un empuje lento y constante.
En vez de emplear combustible, el sistema se propulsaría gracias a los materiales expulsados a gran velocidad por el propio cuerpo. Pero quizá la solución más elegante sea la del tractor de gravedad que la compañía EADS Astrium se propone construir. Consiste en emparejar el pedrusco con un satélite artificial de 10 toneladas, aprovechando las mutuas fuerzas de atracción gravitatoria que surgen entre dos objetos muy masivos. Después de 15 años de vida en común, el satélite conseguiría llevar al asteroide por el buen camino.

El Apophis
Mientras unos ingenian soluciones, los observadores continúan al acecho. En 2004 dieron la voz de alarma al confirmar que el asteroide 99942 Apophis pasaría «rozando» la Tierra en dos fechas próximas: 2029 y 2036. Gracias a las sucesivas medidas astrométricas, finalmente se ha estimado que su riesgo es casi despreciable. Según Josep Maria Trigo, «es muy posible que los nuevos datos sobre sus parámetros físicos, que se obtendrán con el radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico), revisen de nuevo a la baja la posibilidad de impacto en 2036. Al menos, eso esperamos». Nosotros también.
Por suerte, no se tiene constancia de ninguna amenaza cercana y probablemente, para cuando un asteroide asesino se cierna sobre la humanidad, los expertos habrán tenido tiempo de refinar sus estrategias. Quizá la solución sea menos cinematográfica que la ofensiva nuclear de Armageddon, pero como diría Woody Allen, «si la cosa funciona...».
Una historia a golpes
El 6 de enero de este año los astrónomos de la NASA se quedaron boquiabiertos ante lo que acababan de ver: un misterioso objeto de extraña forma, al que llamaron P/2010 A2, viajaba a toda velocidad a través del cinturón de asteroides, el anillo situado entre Marte y Júpiter donde habitan la mayor parte de estos cuerpos.

El potente ojo del telescopio espacial Hubble ha revelado que P/2010 A2, de unos 140 metros de diámetro, es el resultado de un choque reciente entre dos asteroides del cinturón. Según el investigador del fenómeno David Jewitt, de la Universidad de Los Ángeles, es la primera vez que los astrónomos están tan cerca de contemplar una colisión entre asteroides.
Lo cierto es que la fuerza de los impactos entre objetos espaciales ha sido determinante en la historia de nuestro Sistema Solar, formado hace 4.600 millones de años. En aquella lejana época apareció un gran número de pequeños cuerpos celestes, los cometas y los asteroides, considerados los ladrillos de los planetas. Los asteroides se componen de rocas, metales (principalmente níquel y hierro) y materia orgánica primitiva; por eso, encontrar uno de sus fragmentos equivale a entrar en una rica biblioteca sobre nuestros orígenes.
Como afirma Agustín Sánchez-Lavega, experto en atmósferas planetarias, «La Tierra se formó por el agrupamiento de unos pequeños cuerpos denominados planetesimales. A lo largo de los primeros 1.000 millones de años de su historia, todo el Sistema Solar fue bombardeado por sus residuos y ésta es la razón de que la Luna y Marte tengan sus superficies llenas de cráteres».

Que nuestro planeta no esté plagado de agujeros no significa que no haya sido bombardeado desde el espacio, como aclara Sánchez-Lavega: «La Tierra sufrió también esos impactos, pero su densa atmósfera mitigó sus efectos y a lo largo del tiempo, borró gran parte de sus huellas de la superficie. Impactos sueltos posteriores jugaron un importante papel en la evolución biológica de la Tierra, como el choque del asteroide que extinguió a los dinosaurios hace 65 millones de años», explica el especialista. Precisamente, los datos orbitales del recién descubierto P/2010 A2 indican que podría ser un pariente cercano de aquel que acabó con el 70 por ciento de la vida terrestre: el primo del gran destructor prehistórico.

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2 comentarios:

meg dijo...

Lo había leído en el periódico, Pepe. Pero sigo sin entender lo del efecto Tarkovski, de "pintar" o cubrir de metal el asteroide, porque no sé quál es el efecto que intentan producir. De todos modos ¿quién le pone el cascable al gato?...

Feliz semana, Pepe, y además tienes un voto en los dos blogs que solicitas.

Y te he dejado tus 10 puntos en 5links.

Un beso

ANRAFERA dijo...

Muy interesante, la entrada. Gracias por la información. Saludos